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martes, 9 de octubre de 2007

La Legitimidad del "Ilegítimo"

Ha transcurrido casi 1 año desde que Felipe Calderón, Presidente de México, asumió la presidencia entre un ambiente político tenso que amenazaba con colapsar la gobernabilidad del país al menos durante los primeros 3 años de gobierno.


Las consignas contra el Presidente (más allá de aquellas emitidas bajo un ánimo visceral) incluían como argumento fundamental la carencia de "Legitimidad". Hecho al parecer incuestionable partiendo de las dudas, reales y ficticias, que levantó el proceso electoral.

Sin embargo, a la distancia de prácticamente un año, considero importante hacer una pequeña reflexión en torno al concepto de "legitimidad". Para ello, y retomando lo que Robert Dhal llama legitimidad tenemos a ésta si las personas "...creen que la estructura, procedimientos, actos, decisiones políticas concretas, funcionarios o líderes del gobierno poseen la cualidad de rectitud, decencia o bondad moral, en pocas palabras, el derecho de elaborar leyes obligatorias". En otras palabras si los ciudadanos aceptan y reconocen a sus gobernantes más allá de que estén de acuerdo con las políticas que emanen de ellos.


Una vez establecido este primer concepto de Legitimidad, podriamos discutir la legitimidad como un apreciación ubicada en el tiempo. La apreciación es dinámica y por tanto no podemos hablar de una "legitimidad general" en términos absolutos ya que esta óptica puede resultar un obstáculo para entender los fenómenos políticos y sociales en toda su complejidad.



Para ello, es necesario subdividir a la legitimidad en términos del teórico Leonardo Morlino como la satisfacción de la población sí, pero bajo el enfoque específico que nos interese: general (cercano a Dahl) o bien, con un carácter específico; para ello hacemos la diferenciación entre legitimidad de origen (emanada del proceso electoral) y la de facto (de las acciones de gobierno). Esta diferenciación permite reflexionar con mayor claridad sobre la Legitimidad de quien hoy es el Presidente Legal y aquel que se hace llamar "Presidente Legítimo".


En los países con democracias más desarrolladas como Estados Unidos o los de Europa del Este, la legitimidad en términos de las elecciones es más de carácter procedimiental. Con esto me refiero simplemente que ganar por estrechos márgenes resulta normal y no levanta ámpulas ni en la población ni en los candidatos no ganadores. Los líderes emanan de una elección legal y ese simple hecho les da toda la legitimidad necesaria para gobernar sin mayores contratiempos. No es tema de discusión.


En América Latina por el contrario, espacialmente el caso de México, la légitimidad de origen se ha vuelto un tema de gran importancia donde el proceso electoral termina por determinar en gran medida las políticas de gobierno de los gobernantes. La construcción democrática en México está cimentada en la desconfianza. Es esta la razón que México sea la democracia más cara del mundo, y por más asombroso que parezca, incapaz de generar la total certidumbre del proceso.
Este debería ser el problema de fondo, mismo que ha sido abordado en la última reforma electoral que entrá en vigor próximamente. Sin embargo, existe un tema que no hay que dejar a un lado y ser críticos al respecto.



Andrés López Obrador perdió las elecciones y se ha denominado "Presidente Legítimo de México", título que representa perfectamente el escaso nivel de cultura política democrática del país.



Si tomamos en cuenta las 2 vertientes de la legitimidad encontraríamos que López Obrador no cuenta con ningunta de ellas. En primer lograr carece de sentido hablar de una legitimidad de origen cuando su "puesto" fue producto de una designación unipersonal a través de una asamblea no representativa ni con fundamento legal alguno. No puede haber democracia sin respeto irrestricto a las leyes. El apego a la legalidad es caracterísitca fundamental de los sistemas que aspiran al desarrollo de sus ciudadanos.



Calderón por el contrario, en términos estrictos es el presidente Legal y debería ser en consecuencia legítimo, no sucede así por el exceso de ruido y desestabilidad que el candidato opositor generó. Este hecho puede analizarse a partir de las acciones cuestionables que realizaron las autoridades electorales durante el proceso, sin embargo, es incuestionable la validez de la elección y su resultado a partir de los ordenamientos y procedimientos legales.

Calderón ha tenido que crear una legitimidad que le permita sacar su programa de gobierno y neutralizar cualquier eventualidad social proveniente de los disidentes.


Regresando a la Legitimidad, abordándola ahora desde la perspectiva de las acciones del gobernante hacia los gobernados, no es diferente reflexionar sobre la aceptación o legitimidad que Calderón ha ganado en este primer año de gobierno.
Es una realidad que Calderón ha ido creciendo en la aceptación que sus políticas, principalmente la lucha contra el crimen organizado y la contención económica (tortilla, gasolina). Más allá de lo correctas en términos de Estado de estás políticas, no se puede negar el impacto positivo que tienen el colectivo. Esta aceptación y la percepción de que el gobierno está funcionando han dotado al gobierno del Presidente de una legitimidad que le está dando la capacidad de negociar mejor con las fuerzas políticas.


Actualmente la aceptación del presidente Calderón oscila entre 65% y el 69%, cifras que están por encima de la media latinoamericana. López Obrador por el contrario ha disminuido en popularidad y aceptación, por lo que está perdiendo "legitimidad", es una realidad irrefutable que no cuenta ya con los 14 millones que obtuvo en las boletas. El apoyo a López Obrador se ha debilitado a partir de su discurso contestatario y sus acciones anti sistema. En un país con un votante medio identificado con la estabilidad, el discurso lopeozbradorista resulta una amenaza a los intereses de este sector.


López Obrador no ha podido encontrar en sus acciones la legitimidad que no encontró en las urnas, por el contrario, Calderón, a la inversa, ha fortalecido su capital político y ha sido bien evaluado por los ciudanos.



La estrategia que López Obrador tendría que seguir para incrementar sustantivamente sus posibilidad de ganar la presidencia en 2012 es relativamente sencilla: La oposición crítica al gobierno de Felipe Calderon desde el juego democrático. Resalto este último elemento porque no es excluyente los principios de los que habla López con el juego democrático. Por el contrario, el tiempo terminaría dándole la razón y la victoria electoral si toma como experiencia las últimas elecciones.


El fundamento que da sentido al proyecto político y económico de López Obrador es viable y necesario. Sin embargo, esa viabilidad se ha esfumado cada vez que lo hemos visto en sus apariciones públicas colocándose una "banda presidencial" llamando "espurio" al Presidente y mandando al "diablo" a las instituciones. Los principios en los tiempos actuales solo son viables cuando son correctamente encausados en los equilibrios que la democracia genera. Fuera de la democracia, estos principios solo dan pie a la intolerancia, producto de errores históricos a lo largo del tiempo.

La estrategia de López trae daños colaterales importantes porque no abona a la legitimidad del sistema y la democracia, atenta contra la misma. Otro de los daños está ligado al proyecto nación de corte social cuya validez y vigencia es insoslayable. Paradójicamente, las acciones de López en pro de la Legitimidad está trayendo el efecto contrario, no solo al sistema al que se opone, sino a él mismo y a la izquierda en general.



Por el contrario, es importante resaltar la Legitimidad que el Presidente (supuestamente "ilegítimo") ha ido construyendo en estos meses y que lo situa en una posición donde ya le es posible negociar y construir acuerdos que le han de permitir hacer del 2008, un año importante y decisivo en el sexenio. Esta legitimidad abona no solo a la viabilidad del gobierno, sino al sistema y de ser bien canalizada aportaría la posibilidad de aprovechar la erosión que López ha causado a la izquierda y retomar la bandera social que ha faltado a las últimas administraciones.

La importancia de esta legitimidad hace posible prospectar todo un proyecto político e ir más allá de una administración para crear un proyecto de Estado. A esta distancia, por el contrario, López Obrador abona en contra del sistema, pero lo que es peor, contra sí mismo. Sería deseable que reorientara sus acciones, o que la izquierda alternativa alzara la voz para dividir la imagen social casi monopólica que posee Andrés y retomar completamente el cauce legal y las vías institucionales.

Sin embargo, México es un país cuya cultura política democrática es tan escasa como su memoria histórica. Estos dos factores dan en si mismos, la posibilidad de que López Obrador pueda contender y ganar la elección del 2012, a pesar de sus acciones anti institucional y por ende, democrática.

He sido reiterativo, pero estoy convencido de que solo a través del apego a la ley y en la procuración de su cumplimiento está el camino al avance social, económico y político de México. En una sociedad tan plural como la mexicana, no puede existir el desarrollo al margen de la Ley.


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