Era pasadita la una de la tarde del sábado cuando sonó mi teléfono. Era una llamada de cierto modo esperada, pues conociendo a mi amigo desde hace algunos años, reafirmaba que el buen hombre no puede dejar de jugar fútbol por más de una semana y urgía saber "¿a qué hora era el partido?", sin embargo y para mi sorpresa, no hizo la pregunta acostumbrada y de modo calmado me dijo “casi te quedas sin amigo…”, sentí un estremecimiento en el estomago y la sensación de que la piel se me erizaba. A poco, me fue dando cuenta de los detalles, que a la postre pudieran tildarse de milagrosos, pero que en lo personal, pondero como una valiosa oportunidad.
No viene al caso hablar de una llanta reventada, de los potentes frenos de un trailer o de mil circunstancias que podrían darle mayor dramatismo al citado acontecimiento, lo que hoy quiero compartirles refiere al hombre, que con el tiempo se ha convertido en uno de mis mejores amigos, el buen Ro.
Creo que desde la secundaria lo había visto deambular en los pasillos del Instituto México, vestido con su pants de chivas y jugando fútbol en los descansos, pero fue hasta quinto año de prepa, en el CUM, que al coincidir en el mismo grupo nos hicimos más cercanos; y es que con los rutinarios trabajos de equipo, había que elegir debidamente a los integrantes, pues sino, uno corría el riesgo de terminar haciéndolo todo, y Ro usualmente estaba en el mío.
El equipo se integraba por Guillermo Hernández Gutiérrez (“memo herdez”), Jorge Luís Patiño Fuentes (“patiño”), Yves Reyes (Yves), Rodrigo A. Pérez Hurtado, (entonces conocido como “el Master” y ahora autonombrado Ro, Tlaca, etc.) y un servidor, cuyo apodo no recuerdo por desgracia o por fortuna. Nos toco hacer proyectos de biología y alguno que otro de historia de México, pero en particular recuerdo que casi nos censuran un video que grabamos para la clase de ética, por su singular contenido, aunque a fin de cuentas nos pusieron 10.
Con la pinta de sangrón que tenía y aún conserva, el Ro era fácil de identificar entonces, le empezaba a crecer el cabello y usualmente llevaba una Coca-cola y/o un cigarro en la mano, siempre era interesante hablar con el, era un tipo calmado y un tanto enigmático, desde entonces era un tipo apasionado por la música en especial del metal (por ello su apodo de Master). Sin embargo, pasado ese año perdimos el contacto, yo cambie de escuela y deje atrás muchas cosas, entre ellas, a los buenos amigos.
Al salir de la prepa, y dado el ocio y el tiempo libre que en aquellos entonces abundaba, decidí formar un equipo de fútbol con varios amigos, optando por entrar a la liga sabatina de la Alberca Olímpica, y lo cierto, es que en el primer intento enfrentamos un ligero fracaso, pues en el seno del equipo había infinidad de disputas y el juego que debía ser divertido se tornaba tenso. Entonces, mi hermano, un amigo y yo, decidimos separarnos y formar un nuevo equipo, revisamos la agenda y seleccionamos posibles candidatos, le hablamos a muchas personas, algunos llegaban, jugaban y no regresaban... en ese trajín, le hablamos a Rodrigo, y pasados casi seis años, seguimos jugando juntos.
No viene al caso hablar de una llanta reventada, de los potentes frenos de un trailer o de mil circunstancias que podrían darle mayor dramatismo al citado acontecimiento, lo que hoy quiero compartirles refiere al hombre, que con el tiempo se ha convertido en uno de mis mejores amigos, el buen Ro.
Creo que desde la secundaria lo había visto deambular en los pasillos del Instituto México, vestido con su pants de chivas y jugando fútbol en los descansos, pero fue hasta quinto año de prepa, en el CUM, que al coincidir en el mismo grupo nos hicimos más cercanos; y es que con los rutinarios trabajos de equipo, había que elegir debidamente a los integrantes, pues sino, uno corría el riesgo de terminar haciéndolo todo, y Ro usualmente estaba en el mío.
El equipo se integraba por Guillermo Hernández Gutiérrez (“memo herdez”), Jorge Luís Patiño Fuentes (“patiño”), Yves Reyes (Yves), Rodrigo A. Pérez Hurtado, (entonces conocido como “el Master” y ahora autonombrado Ro, Tlaca, etc.) y un servidor, cuyo apodo no recuerdo por desgracia o por fortuna. Nos toco hacer proyectos de biología y alguno que otro de historia de México, pero en particular recuerdo que casi nos censuran un video que grabamos para la clase de ética, por su singular contenido, aunque a fin de cuentas nos pusieron 10.
Con la pinta de sangrón que tenía y aún conserva, el Ro era fácil de identificar entonces, le empezaba a crecer el cabello y usualmente llevaba una Coca-cola y/o un cigarro en la mano, siempre era interesante hablar con el, era un tipo calmado y un tanto enigmático, desde entonces era un tipo apasionado por la música en especial del metal (por ello su apodo de Master). Sin embargo, pasado ese año perdimos el contacto, yo cambie de escuela y deje atrás muchas cosas, entre ellas, a los buenos amigos.
Al salir de la prepa, y dado el ocio y el tiempo libre que en aquellos entonces abundaba, decidí formar un equipo de fútbol con varios amigos, optando por entrar a la liga sabatina de la Alberca Olímpica, y lo cierto, es que en el primer intento enfrentamos un ligero fracaso, pues en el seno del equipo había infinidad de disputas y el juego que debía ser divertido se tornaba tenso. Entonces, mi hermano, un amigo y yo, decidimos separarnos y formar un nuevo equipo, revisamos la agenda y seleccionamos posibles candidatos, le hablamos a muchas personas, algunos llegaban, jugaban y no regresaban... en ese trajín, le hablamos a Rodrigo, y pasados casi seis años, seguimos jugando juntos.
Haciendo un balance, y pasados el tiempo advierto que no sólo encontré un cómplice que comparte mi pasión por el fútbol, sino un verdadero amigo, que ha sido capaz de permanecer a mi lado en los momentos más difíciles de la vida, y nunca ha rehuido en los puntos álgidos, que se ha vuelto mi confidente y escucha, que me ha dado la oportunidad de conocerlo, y que ha leído las cosas que escribo aunque a veces resulten cursilerías, que se ha convertido en mi proveedor de cultura últimamente y que me ha demostrado que vale la pena ser objetivos sin dejar de soñar.
Amigo, me has ayudado a comprender que la vida se disfruta aún más por sus pequeños detalles, tal como juegas fútbol, sin preocupaciones... se que aunque a veces mantienes un gesto adusto, tienes un gran corazón, y eres un tipo inteligente, y con un extraordinario potencial crítico y analítico, (aunque hayas votado por el PJ), gracias por confiar en mi, en este tiempo y gracias por darme la oportunidad de ser tu amigo.
P.D. La valiosa enseñanza y oportunidad que me da tu tlacaventura, es que el sábado por la noche al despedirme de ti, pude librarme del estremecimiento en el estomago y la cosquillita de saber que dejaba algo pendiente, pues finalmente dije lo que siento y hoy refrendo “Te quiero un chingo amigo, y cuentas conmigo por siempre.”
1 comentario:
esta bien.... por dios no me asusten
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